viernes, 12 de abril de 2013

De Protocolos Y Demas Costumbres




Hay ríos de tinta escritos y kilos de bites vertidos sobre los protocolos entorno a  la mesa y la comida.

Como situar a nuestros invitados, en que preferencia y orden según su rango, o la deferencia que queramos tener con ellos.
La colocación a la inglesa, o la forma de presidencia a la francesa.
Durante el primer plato hablamos con nuestro acompañante de la derecha, en el segundo giramos nuestra conversación hacia la izquierda.
Las comidas nos llegan por la izquierda, los platos vacíos se nos van por la derecha, a la vez que nos entran el vino y otras bebidas.
Todo un baile de códigos perfectamente orquestado.

 
LA EDAD DE LA INOCENCIA. MARTIN SCORSESE, 1.993
INTERESANTE MOVIMIENTO DE LA CAMARA EN LA ESCENA DE LA CENA DE LOS VAN DER LUYDENS


En realidad las costumbres en la mesa son bastante recientes.

No esta tan lejano el tiempo en que el primero en comer era el hombre de la casa, acompañado de sus varones, hijos e invitados.
El patriarca que era el que proveía el bienestar y la seguridad del hogar, estando el resto de la familia, compuesto por las mujeres y el servicio, a expensas de las sobras.
Así lo establecía también el propio matriarcado.
Aún hoy en algunos puntos rurales del Atlas marroquí o de la India no es difícil ver esta práctica de forma habitual.
Era en definitiva una forma ancestral de perpetuar la especie. El hombre cazador se alimenta primero, está en la cúspide de la pirámide.
En el mundo animal, no hablemos de los leones y otros mamíferos.


Parece ser que la forma de comer civilizada y que ha perdurado hasta prácticamente el final del siglo XX, arranca de las costumbres del reinado del Luis XV, un Borbón bastante glotón,  que puso de moda las llamadas cenas galantes.
Se trataba de banquetes privados para un reducido grupo de personas, celebrados en cualquier habitación de una casa  donde no solo la comida era importante, se acompañaba también de una buena conversación, mezclada con algo de arte. Música y poesía.
Una huida de la multitudinaria corte buscando una reconfortante intimidad. En todos los sentidos.
En muchas ocasiones era el propio anfitrión el que cocinaba algo novedoso para sus invitados.
No pocas salsas y recetas, hoy conocidas, deben su origen a mariscales y cortesanos de este rey.
Es el inicio de los tiempos modernos. Un atisbo del triunfo de la sociedad burguesa, que tantos quebraderos de cabeza causaron a esta dinastía.

Fue precisamente un arquitecto, el genial y utópico Ledoux, sin duda unos de los verdaderos padres de la arquitectura moderna, quien introdujo el comedor como la habitación que hoy conocemos. Ante la sugerencia del propio rey Luis XV, o quizás de su buena amiga Madame du Barry, al necesitar una habitación específica para poder realizar sus reuniones privadas, cada vez más frecuentes.


PROYECTO DE LEDOUX DE UN PABELLÓN DE RECREO PARA MADAME DU BARRY.
PUEDE OBSERVARSE EN LA PARTE IZQIERDA LA SALA DENOMINADA BUFFET.CERCA DE LOS SALONES Y EL JARDÍN, DISPUESTA PARA SERVIR LAS COMIDAS


Las costumbres de la mesa que hoy conocemos como adecuadas, arrancan de éste reinado, empiezan a madurar durante el de su hijo Luis XVI y su refinada esposa, la reina María Antonieta, y se consolidan con la llegada al poder de la burguesía, gracias al triunfo político de Napoleón.
Surgen de una forma natural. El uso de las servilletas. Ya anticipadas por Leonardo da Vinci en la también refinada corte Sforza y Medici.
Los servicios de mesa, los horarios, el tipo de comidas, mucho más reducidas y ligeras, buscando ingredientes más exóticos.
Es a partir de esta época cuando muchos de los productos de ultramar comienzan a formar parte de las comidas habituales, debido a la mejora sustancial de los transportes, y la conservación de los alimentos.
Avances que procuraron sobre todo las estrategias militares de la conquista del imperio europeo napoleónico.
No debemos olvidar que las primeras conservas en lata al vacío fueron una logística militar francesa.
Tenía como fin poder alimentar convenientemente a la tropa sin necesidad de costosos campamentos de intendencia.



En realidad lo que podemos considerar las perfectas formas en la comida y en la mesa cristalizan durante el reinado de Napoleón.


Uno de los responsables directos fue Charles-Maurice de Talleyrand Périgord. Un aristócrata perteneciente a una de las mejores familias francesas de la Provenza, que cuelga los habitos del obispado de Autun,

Un controvertido político, cuya influencia en la vida social francesa arranca con el propio rey Luis XVI. Pasando por la Asamblea nacional, llegando a ser Ministro de Asuntos Exteriores con Napoleón. Y termina con la propia restauración de la dinastía Borbón con el Rey Luis XVIII.

 El duque de Tayllerand fue propietario del castillo de Valençay, una vasta propiedad en al región de Berry, en el centro de Francia.


http://www.chateaux-france.com/


En esta inmensa y elegante casa es donde se desarrollan la mayoría de los protocolos y costumbres que han llegado a nuestros días como paradigma del buen gusto tanto en la comida como en todo el ritual que la rodea.

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El palacio fue remodelado en su totalidad, Teniendo un especial interés las cocinas, con todos los últimos adelantos. Y una bodega considerable sobre todo por su contenido.
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Sus tres comedores según las ceremonias, aparte de los servicios de mesa.  
Hilo de Lyon, y damascos de seda, sobre sus mesas, Baccarat, Bohemia, Sévres y Odiot en el menaje.


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Y sobre todo, al gran Carême en las cocinas.
Aun hoy en día puede visitarse este castillo donde se mantiene todo el esplendor de esta época. Recomiendo su visita para los amantes de las cocinas. Además hay un queso de leche de cabra autóctono de la región a tener en cuenta.



Resulta paradójico que un aristócrata perteneciente a una de las familias mas robustas del árbol genealógico de Francia. Que debido  su carácter fundamentalmente liberal, tuviera un papel primordial en la consolidación definitiva de la forma de vida burguesa.  Eso incluye a la comida y la mesa.


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Esta es también la época de la incorporación de los restaurantes a la vida cotidiana, hecho motivado por el éxodo de los cocineros tras la desaparición de las cocinas de las grandes casas, y la necesidad del nuevo grupo social de relacionarse mediante nuevas formas de conducta.

Surge la comida de salón.


ANTIGUA FACHADA DEL MITICO
RESTAURANTE LA TOUR D'ARGENT EN PARIS.


Es posible verse en la calle comiendo, algo impensable antes, fuera del ámbito de los comedores privados, o de las casas de postas y ventas.

Si lo pensamos esa época recoge todo el enorme avance cultural debido a La Ilustración, empieza a surgir una cierta calidad de vida.
Los importantes avances científicos y las medidas higienistas consiguen un receso importante de epidemias y un avance en medicina general.
Hay un paso crucial en la base de la alimentación de masas con la introducción de la patata, en sustitución de los cereales, ya sugerida por los botánicos ilustrados.
Como consecuencia de las hambrunas padecidas en Francia durante el reinado de Luis XVI, el farmacéutico Parmentier impone el cultivo de éste tubérculo, para su consumo mayoritario. Fue una medida científica. 
Es precisamente la búsqueda de una forma de vida saludable, como parte del refinamiento y la cultura, contrapuesta a un pudor por lo arcaico y las costumbres medievales, lo que marca las pautas en la mesa y en la forma de comer.

Juan Antonio Vallejo-Nájera en su magnífico libro Yo, el rey. Un relato de las peripecias de la cultivada corte española de José Bonaparte, contrapuesta a la vetusta España. Nos da una clara idea de cómo surgen las primeras costumbres de la mesa, de una  forma natural.
Los cortos y delicados movimientos para llevarse la comida a la boca y la imperceptible acción de masticar, tenían por objeto ocultar los comunes defectos de las dentaduras de la época.
Las formas en al mesa surgen de una cierta lógica, buscando el decoro y la calidad de la alimentación,
La propia efímera reina manda buscar desesperadamente por los frentes de la Guerra de la Independencia, a un ceramista aragonés que es capaz de realizar de forma magistral unas fundas de porcelana que pudieran devolverle su sonrisa.
Las hieráticas expresiones de los retratos de esta época no solo anticipaban la tristeza del movimiento romántico, también ocultaban, con una mueca en los labios común a todos los retratados, los defectos referidos.




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Nos damos cuenta que el ser humano necesita alimentarse de forma habitual para poder subsistir. Este hecho irremediable, cotidiano y hasta cierto punto anodino, marca el principio de nuestra relación con la comida. 
Es evidente que la forma de hacerlo y de compartirlo con nuestros semejantes empieza a ser ya una manifestación de nuestra cultura.
Existe en mi opinión una relación directa entre el nivel cultural de una civilización con la calidad y refinamiento de su forma de comer.
Las grandes civilizaciones están asociadas a lugares fértiles, y a metrópolis con una ingente cantidad de recursos que llegan desde los rincones de su imperio.
Este estatus crea el bienestar suficiente para permitir al individuo dedicar su tiempo a asuntos más espirituales y hacer hasta de su comida cotidiana una forma de cultura.


Volviendo a nuestros días, creo que lo importante a tener en cuenta de una comida es en principio el objeto de este acontecimiento. La razón por la que nos decidimos a compartir nuestra necesidad biológica cotidiana.
Un acontecimiento familiar, una forma de hospitalidad, sellar una relación comercial, etc.
En función de esta decisión el segundo punto a decidir es la comida que vamos a cocinar-comer. 
Por ultimo las formas, según lo que hayamos decidido.
Nuestra forma de vida actual ha dado al traste con las antiguas costumbres de la mesa. La prisa de nuestro mundo ha dejado atrás toda la parafernalia, de alguna forma superflua, que rodeaba a una comida.
Los comedores se han transformado en cuartos de estar con televisores de plasma. Las viejas vajillas y cristalerías frágiles se han sustituido por cómodo menaje que se puede lavar en las máquinas lavaplatos.
Incluso por desechables de cartón con bonitos dibujos que nos recuerdan antiguas vajillas de Sèvres o Meinssen.
Los manteles ya no se planchan.
Nadie limpia la plata. Hasta la mítica platería francesa Cristofle nos ofrece un producto inalterable a nuestra forma de vida.
Las pulseras y otros abalorios de nuestras anfitrionas también son sumergibles.
Pero seguimos comiendo, y además queremos comer bien. Seguimos apreciando una buena comida.

Y desde luego también tenemos que apreciar y agradecer la oportunidad de una comida perfectamente servida y organizada. Es sin duda un placer y un ejemplo de buen gusto.
Las formas son importantes, pero creo que lo que realmente nos dirige es la comida. Lo que vamos a comer.
Para mi es igual de sofisticado tomar una correcta crema de verduras y un pescado al horno, sobre caoba con porcelana, plata y cristal, como tomar algo de vino, con aceitunas, pan y queso sobre una vieja sabana de algodón debajo de una higuera.
Las nuevas tendencias en la forma de comer surgen desde el ultimo tercio del siglo XX. La llamada fast-food. Ya con su propio movimiento contrapuesto slow-food.
La comida rápida, con todas las influencias del mestizaje, italo-americano-mejicano-árabe-oriental, no tiene necesariamente que ser mala.

Desde España surge una nueva forma de comer con bastante calidad, hoy extendida a todo el mundo.
La tapa.
Quizás mas cercana al slow-food, por la búsqueda de la calidad, tanto de los alimentos como de su elaboración.
De alguna manera  la tapa supone una preparación algo rápida, en algunos casos inmediata. Una cantidad mas reducida de comida, lo cual permite diversificar, y además, puede ser consumida de manera informal, en una terraza o incluso en un taburete.

Es posiblemente la nueva forma de comer. Incluso de comer muy bien.
  • Dar de comer en el campo.

  • Organizar una comida en un restaurante.

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